A tres horas de camino, rumbo a los llanos orientales; lugar donde la ganadería bovina y los equinos despliegan la crin entre pastos y montañas. Grandes hectáreas de arrozales, campos de trigo y maíz que con la luz del sol se ven tan lejos como la mirada misma pueda alcanzar.

​

Bogotá, capital de capitales, se enorgullece de mostrar a todas aquellas personas; turistas y pobladores, que Colombia está hecha para admirar, valorar y sentir con el cuerpo y el corazón. Entre sus maravillosas e impactantes escenas naturales, también se encuentran tesoros de carne y hueso, son personas de corazón caliente, llenos de pasión por costumbre y costumbres, seres humanos que mientras trabajan ver germinar sus semillas y al atardecer observan ocultar el sol entre montañas y luminosas fuentes hídricas.

​

No es un sueño, ni mucho menos un plan turístico; esto es la realidad de aquello que nos rodea y tenemos cerca. Aquel lugar que enamora por el cantar de las aves, el relinchar del equino y el mugido de las vacas. Al despertar no tendrá edificio alguno obstruyendo la vista de algo más allá, caminar y descubrirse en un campo abierto donde el barro, el césped y el aire son tan puros como los yacimientos.

​

Este periódico netamente rolo ha dedicado quizá su última noticia, a su hermana, a Villavicencio por ser el municipio por excelencia de aquellos quienes anhelan días de paz y firme conexión con la naturaleza.

​

Un texto escrito por Andrés Camilo Chingal Rosero, hecho con pasión e imaginación, acompañado de mi gran colega Andrea Abaunza Morales, fotógrafa encargada de plasmar en una imagen los grandes placeres naturales.